Y así llegó el primer día de escuela… Juliancito siempre se ha caracterizado por ser un torbellino. Toda su vida ha estado en movimiento desde el día en que nació. Gateó pronto, caminó cuando apenas era un bebé y al año ya volaba. La energía no le cabe en el cuerpo y requiere de mi atención, creatividad y paciencia todo el tiempo. Por más actividades que hacemos en la casa, llega un momento en que se me acaban las ideas. Ya no hay libro de pintar, pinturas de agua, trenes, carros o pelotas que agoten su energía.
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Cuando supimos que Loreta venía en camino, decidimos que era momento de que Juliancito entrara a la escuelita. Una recién nacida, conectada a mí todo el día y Juliancito queriendo comerse el mundo, no eran una muy buena combinación.
En febrero, dado que las escuelitas están muy solicitadas, iniciamos con los trámites de inscripción (el niño entra a maternal y parece un proceso de universidad). Platicando con la directora, concluimos que la mejor opción para Juliancito era que entrara dos semanas al campamento de verano en julio para que conociera la escuela, a sus maestras y empezara a adaptarse poco a poco. La intención era que cuando ya entrara a la escuela a finales de agosto, no sintiera que lo mandábamos fuera porque nació su hermanita.
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Llegó junio y empecé a platicarle a Juliancito de su escuela: “vas a ir a la escuelita con los niños, las maestras”, “las mamás no van a la escuelita, te vas a divertir mucho, vas a estar feliz….” No sé si la terapia de todos los días era más útil para él o para mí, pero creo que a los dos nos estaba funcionando un poco. A finales de junio, aproveché cualquier vuelta que tuviera que hacer a la escuela por trámites, para llevar a Juliancito para que empezara a familiarizarse. Así, el día que lo dejara, sería menos traumático.
En un abrir y cerrar de ojos llegó julio. El día anterior en la noche, se me salían las lágrimas solo de pensar que había llegado el día. Nada más de imaginarme si lloraría cuando lo dejara con un grupo de extrañas, se me partía el corazón. Por poco y me arrepentía de mandarlo a la escuela. ¡Se necesita mucho valor y cabeza fría para dar ese gran paso!
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Desde el primer día de escuela, la rutina cambió totalmente. Ya no nos quedamos acostados en la cama, ni desayunamos todos en familia y con mucha calma, ni nos quitamos las pijamas tarde. El campamento esperaba a mi gordito. Me bajé del carro, con un nudo en la garganta y los ojos llorosos, se lo entregué a la maestra, mientras me veía desconcertado. No entendía lo que estaba pasando, y yo sentía que se me iba el alma del cuerpo. Dos horas después, hablé para ver cómo estaba; me dijeron que era el niño más feliz y entretenido de todos. ¡Me volvió la tranquilidad! Ya solo estaba esperando que fuera la una de la tarde para pasar por él. Seguramente yo lo extrañé más de lo que él a mí.
El primer día ya pasó. Definitivamente es toda una experiencia “cortarte el cordón umbilical”. Espero que los próximos días sean más fáciles para todos ¿A ustedes cómo les fue?