Ya sabemos que la maternidad conlleva sacrificios. No es necesario estarlo repitiendo, ni hay que embarrárselo en la cara a las mamás primerizas. Ya lo experimentarán… También es cierto que la vida no vuelve a ser igual: que nunca vas a amar, entender, compartir, reír y llorar como lo harás después de ser mamá. El tiempo vuela y la vida va con él.
Si deciden seguir leyendo, déjenme poner en claro una cosa: a pesar de lo que voy a decir, obviamente TODO VALE LA PENA por nuestros chiquitos, de eso no tengo dudas. Es la mejor experiencia del “mundo mundial”.
Tuve la fortuna de quedarme con mi hijo durante su primer año y medio exactamente. Después, tomé un trabajo muy demandante que me exige un horario de 10 a 12 horas diarias en la oficina. El costo principal, evidentemente, ha sido dejar a mi hijo y sentir que “me pierdo” de cada minuto de su día a día. Antes, cuando estaba con él, yo era su estimuladora principal, su proveedora de alimento, su cuidadora y todo, durante todo el día todos los días. De modo que pasé de un trabajo de 24 horas a uno de 36, pues aunque no esté con mi hijo esas 12 horas, estoy todo el tiempo pensando y pendiente de él.
Y esto ha tenido un costo aún mayor para mí en lo personal: no tengo un minuto para mí. Nunca. Jamás.
Mi esposo tiene la oportunidad de hacer oficina en casa y así, muchos días comparte los cuidados de nuestro hijo con una nana (¡no sé qué haría sin ella!). De manera que, de lunes a viernes, yo me voy de casa a las 8:30 de la mañana y llego pasadas las 10 de la noche; obviamente llego molida y a dormir. Los fines de semana, digamos que “me toca” cuidar, amar, jugar, limpiar, alimentar, consolar a mi hijo, porque entre semana ya le tocó al papá todo el día y casi todos los días.
Para que se den una idea de mi día a día, me he tardado dos semanas en acabar este pequeño artículo que no supera los 3 mil caracteres. Y no me tardé en acabar porque me haya sentado a leer alguno de los libros que tengo a medias, o porque el fin de semana (largo por un feriado) me haya sentado a hacer algo de lo que más me gusta: pintarme las uñas. Me tardé porque todos los días de la semana pasada la carga laboral estuvo brutal, ni siquiera hubo oportunidad de salir a comer.
Yo sé –confío, al menos– que muchas de ustedes se identifican conmigo. Y por más que leamos, pugnemos y exijamos tener esos espacios “libres” para nosotras, la realidad del día a día consume más que cualquier plan de “hacernos un tiempo”. Al menos es mi sentir en los últimos meses.