Un par de meses después de que mi hijo Martín cumplió un año, le regalamos sus primeras crayolas y un cuaderno con hojas en blanco. Contrario a lo que pensé, no le hicieron mucha gracia y fue hasta más o menos un mes después que empezó a ver de qué se trataba eso de “dibujar” y comenzó a hacer sus primeros garabatos. Rápidamente se acabó el primer cuaderno así que vino otro, y otro más. No tardó demasiado en empezar a hacer un rayón por aquí en un sillón, otro en el piso, en algún libro de cuentos y más tarde: ¡acabó por hacerlo en la pared de la sala! (Lo bueno es que tiene un gran espíritu para la limpieza y me ayudó a quitarlo).
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Varias amigas y primos con hijos me recomendaron poner papel en una pared, o pintarla con pintura de pizarrón y dejarlo dibujar ahí. Lo que me preocupaba era que mi hijo entendiera “mal” y comenzara a hacerlo en tooodas las paredes de mi casa. Así que lo pensé mucho, lo platiqué con su papá, con sus tíos, y finalmente decidimos instalarle una “pared del arte”. Este espacio tiene la finalidad de que se exprese y pueda explorar en “gran formato” los colores y las formas que su pequeña manita puede hacer.
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Hasta ahora, ¡ha resultado una gran idea! Y cada vez que quiere hacerlo, yo le repito que solo se puede pintar en el papel, señalo el piso y otras paredes y le digo que ahí no. Él se ríe y dice: “no”, y luego va a la pared del arte y dice: “ahí-stá”, que en su incipiente lenguaje de bebé yo interpreto como “aquí sí”.
Mi consejo es que, si tu hijo ya le agarró el gusto a las crayolas, puedes ponerle su propia pared para que lo haga, claro, con supervisión y guía. Estoy segura que puede ser una buena experiencia que también le servirá para entender algo de límites, al tiempo que conoce los colores y las formas.
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