Hace unos días me topé con una de las situaciones más complicadas desde que soy mamá. Nos fuimos de vacaciones con el socio de mi esposo, muy contentos nos fuimos a la playa donde todo pintaba para las mejores vacaciones en mucho tiempo, además, todo pagado. ¿Dónde estuvo el problema?
Comienzo por hacer un reconocimiento público, con respeto y amor a toda mi familia, especialmente a mi suegra y a mi mamá (dos figuras importantísimas cuando uno tiene hijos) porque son las dos personas más respetuosas y prudentes que hay. Dicho esto, les cuento que al llegar a la playa me topé con otro cuento: que no todo el mundo es tan receptivo de la lactancia materna, ni de la crianza con apego. Todo lo contrario.
Pasé varios días siendo presa de comentarios y consejos al respecto de que mi bebé tenía “mamitis”, que “todo el día tomaba pecho”, que era mejor “si lo dejaba llorar” para que no me “tomara la medida”, y cosas por el estilo. Yo solo veía como mi hijo pasaba de brazo en brazo para que “yo pudiera descansar”, y lejos de ello, cuando me veía solo lloraba y pedía pecho y más pecho porque buscaba seguridad. En un ambiente que él desconocía y con personas que jamás había visto, lo natural era querer estar cerca de mamá y de papá.
Cuento esta experiencia porque mi error no fue dejar que las nanas se lo llevaran a jugar o acceder a ponerlo en un corralito mientras comíamos, o ir a otro cuarto a darle pecho, sino que mi error estuvo en no saber explicar y defender, sin crear conflicto, mis convicciones y la manera en la que yo he decidido criar a nuestro bebé. Después de estas vacaciones, me queda mucho más claro el tipo de mamá que quiero ser y reforcé mis propias creencias en la importancia del apego y la lactancia materna y, sobre todo, comprobé con tristeza que la mayor parte de la gente “ama” a los bebés, pero sobre todo quieren tenerlos fuera de sus narices todo el tiempo, donde no molesten.
¡Sigue tu instinto y no permitas que te digan que están mal tus creencias sobre tu maternidad!