Hoy en la oficina me sucedió que un compañero casado, pero sin hijos, me dice: “¿Oye Artemisa, así cómo quieres que me anime a tener hijos?” Se refería a algún artículo que encontró en Internet y que detallaba “lo caro que salía” tener un hijo -$245 mil dólares, unos tres millones setecientos mil pesos (mexicanos)- desde que nace hasta los dieciocho años. Esto dejando fuera la inversión en la universidad o estudios de nivel profesional.
Le respondí que ya había visto este tipo de artículos y que, claro, representaban un incentivo a ahorrar y gastarlo en otras cosas, pero que la felicidad de tener un hijo no tiene precio. ¡Y es real!
Todos los días pienso que hay tantas cosas de la maternidad/paternidad, y de la vida, que no nos quedan claras hasta que tenemos hijos. No menosprecio a quienes han decidido no tenerlos, o a quienes por razones biológicas u otras no pueden. Sin embargo, creo que hay “algo” que aprendemos los que decidimos sí tenerlos. Aún en circunstancias complicadas, económicas o emocionales, un bebé es siempre un regalo de vida -o de Dios, o del Universo, como cada quien quiera verlo- difícil de comparar en términos monetarios con bienes materiales.
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Claro que es importante tener en cuenta los costos financieros al momento de planear tener un hijo, o más sobre la marcha cuando, como yo, te enteras de improviso que lo vas a tener. Pero, con todo, mi conclusión es que si consideras no tener hijos porque prefieres tener para ti varios millones de pesos, probablemente no estés listo para ser papá o mamá porque tus prioridades están en otro lado.
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